La crisis de las
hipotecas subprime es una crisis financiera generada por desconfianza crediticia, que como un rumor
creciente se extiende inicialmente por los mercados financieros americanos y es
la alarma que pone el punto de mira en las hipotecas basura europeas desde el
verano del 2006 y se evidencia al verano siguiente con una crisis bursátil.
Generalmente, se considera el detonante de la crisis financiera de 2008, de la
crisis económica de 2008 y de la crisis de la Burbuja inmobiliaria en España.
La crisis hipotecaria,
se ha saldado con numerosas quiebras financieras, nacionalizaciones bancarias,
constantes intervenciones de los Bancos centrales de las principales economías
desarrolladas, profundos descensos en las cotizaciones bursátiles y un
deterioro de la economía global real, que ha supuesto la entrada en recesión de
algunas de las economías más industrializadas.
Las hipotecas de alto
riesgo, conocidas en Estados Unidos como crédito subprime, eran un tipo
especial de hipoteca, preferentemente utilizado para la adquisición de
vivienda, y orientada a clientes con escasa solvencia, y por tanto con un nivel
de riesgo de impago superior a la media del resto de créditos. Su tipo de
interés era más elevado que en los préstamos personales (si bien los primeros años
tienen un tipo de interés promocional), y las comisiones bancarias resultaban
más gravosas. Los bancos norteamericanos
tenían un límite a la concesión de este tipo de préstamos, impuesto por la
Reserva Federal.
Dado que la deuda puede
ser objeto de venta y transacción económica mediante compra de bonos o
titularizaciones de crédito, las hipotecas subprime podían ser retiradas del
activo del balance de la entidad concesionaria, siendo transferidas a fondos de
inversión o planes de pensiones. En algunos casos, la inversión se hacía
mediante el llamado carry trade. El problema surge cuando el inversor (que
puede ser una entidad financiera, un banco o un particular), desconoce el
verdadero riesgo asumido. En una economía global, en la que los capitales financieros
circulan a gran velocidad y cambian de manos con frecuencia y que ofrece
productos financieros altamente sofisticados y automatizados, no todos los
inversores conocen la naturaleza última de la operación contratada.
La crisis hipotecaria
de 2007 se desató en el momento en que los inversores percibieron señales de
alarma. La elevación progresiva de los tipos de interés por parte de la Reserva
Federal, así como el incremento natural de las cuotas de esta clase de créditos
hicieron aumentar la tasa de morosidad y el nivel de ejecuciones (lo que
incorrectamente se conoce como embargo), y no sólo en las hipotecas de alto
riesgo.
La evidencia de que
importantes entidades bancarias y grandes fondos de inversión tenían
comprometidos sus activos en hipotecas de alto riesgo provocó una repentina
contracción del crédito (fenómeno conocido técnicamente como credit crunch) y
una enorme volatilidad de los valores bursátiles, generándose una espiral de
desconfianza y pánico inversionista, y una repentina caída de las bolsas de
valores de todo el mundo, debida, especialmente, a la falta de liquidez.
Varios factores se
aliaron para dar lugar a la crisis financiera.
En primer lugar, la
enorme burbuja especulativa ligada a los activos inmobiliarios.
En los Estados
Unidos, como en muchos otros países occidentales, y tras el estallido de la
burbuja tecnológica de principios de siglo XXI, entre los años 2000 y 2001, se
produjo una huida de capitales de inversión tanto institucionales como
familiares en dirección a los bienes inmuebles.
Los atentados del 11 de
septiembre de 2001 supusieron un clima de inestabilidad internacional que
obligó a los principales Bancos Centrales a bajar los tipos de interés a
niveles inusualmente bajos, con objeto de reactivar el consumo y la producción
a través del crédito. La combinación de ambos factores dio lugar a la aparición
de una gran burbuja inmobiliaria fundamentada en una enorme liquidez.
En el caso
estadounidense, la compra-venta de vivienda con fines especulativos estuvo
acompañada de un elevado apalancamiento, es decir, con cargo a hipotecas que
con la venta, eran canceladas para volver a comprar otra casa con una nueva
hipoteca, cuando no se financiaban ambas operaciones mediante una hipoteca
puente. El mercado aportaba grandes beneficios a los inversores, y contribuyó a
una elevación de precios de los bienes inmuebles y por lo tanto de la deuda.
Pero el escenario
cambió a partir de 2004, año en que la Reserva Federal de los Estados Unidos
comenzó a subir los tipos de interés para controlar la inflación. Desde ese año
hasta el 2006 el tipo de interés pasó del 1% al 5,25%.
El crecimiento del
precio de la vivienda, que había sido espectacular entre los años 2001 y 2005,
se convirtió en descenso sostenido. En agosto de 2005 el precio de la vivienda
y la tasa de ventas cayeron en buena parte de los Estados Unidos de manera
abrupta.
Las ejecuciones
hipotecarias debidas al impago de la deuda crecieron de forma espectacular, y
numerosas entidades comenzaron a tener problemas de liquidez para devolver el
dinero a los inversores o recibir financiación de los prestamistas. El total de
ejecuciones hipotecarias del año 2006 ascendió a 1.200.000 lo que llevó a la
quiebra a medio centenar de entidades hipotecarias en el plazo de un año.
Para el 2006, la crisis
inmobiliaria ya se había trasladado a la Bolsa: el índice bursátil de la
construcción estadounidense (U.S. Home Construction Index) cayó un 40%.
En el año 2007 el
problema de la deuda hipotecaria subprime empezó a contaminar los mercados
financieros internacionales, convirtiéndose en una crisis internacional de gran
envergadura, calificada por algunos como la peor desde la segunda guerra
mundial
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