En primer lugar, el inversionista debe evaluar la
tipología de cartera que desea, en función del propio carácter del inversor.
Hay inversores que no quieren ningún riesgo, atrevidos, prudentes,
especuladores, a corto plazo, a largo plazo, de edad avanzada, jóvenes, con
mayor o menos patrimonio, con necesidad de rentas periódicas o no, con patrimonio
diversificado o no, etc. Esta primera evaluación es quizá la más importante, porque
permitirá definir el tipo de cartera que el inversor desea y que puede
responder al objetivo perseguido:
Carteras de rendimiento: el objetivo es la
percepción de dividendos e intereses de los valores adquiridos.
Carteras de crecimiento: su propósito es la consecución
de una plusvalía sin asumir grandes riesgos.
Carteras especulativas: incluyen acciones
temporalmente subvaloradas debido a riesgos a que se han expuesto las empresas
emisoras.
Carteras combinadas de rendimiento y crecimiento: la
gestión y administración de una cartera de valores debe tender a los siguientes
objetivos:
1.- Satisfacer los propósitos y objetivos del
inversor: En general, los que se piden a cualquier buena inversión:
rentabilidad, seguridad y liquidez. Principios que son difícilmente compatibles,
porque el valor más rentable no suele ser el más seguro, ni el más líquido el
más rentable.
2.- Una consecución del modelo de cartera
previamente definida: Composición de renta fija o variable, diversificación
para reducir riesgos, objetivos fiscales de la inversión, inversiones en
sectores concretos, valores especulativos o no, plazo de inversión, etc.
3.- Una selección de los valores con criterios
profesionales y de acuerdo con análisis y precios objetivos, que permitan
determinar también el momento oportuno para la compra o venta.
4.- Una actitud adecuada, ponderada, serena y
conveniente frente a la evolución de la cartera de valores, del mercado
bursátil y de la economía. Existen múltiples modelos de selección de carteras.
Se pueden destacar, sintéticamente, los siguientes:
a) Las inversiones sistemáticas constantes: Su plan
más sencillo consiste en invertir sistemáticamente, y a intervalos regulares de
tiempo, una suma constante en la compra de una o varias acciones previamente
seleccionadas. El interés del plan consiste en conseguir un beneficio de las
fluctuaciones coyunturales y accidentales de las cotizaciones, en torno a la
línea de tendencia, y alcanzar un coste medio de compra de los títulos inferior
a su media aritmética.
b) La distribución constante entre diferentes
categorías de valores: por ejemplo, el 35 por ciento en valores de renta fija,
el 55por ciento en renta variable y el 10 por ciento en disponibilidades
líquidas y activos financieros a muy corto plazo. Un plan de este tipo llevará
a modificaciones porcentuales, derivadas de incrementos de tipos de interés o
de cotizaciones que permitan aprovechar las coyunturas favorables en los
distintos tipos de valores.
c) Existen otros modelos de selección de carteras
que emplean matemáticas, cálculo de probabilidades, estadística, econometría,
psico-sociología, etc. en la adopción de decisiones racionales y en la forma de
realizar las operaciones. Este tipo de modelos científicos se inició con la
aplicación de los métodos de programación matemática a la selección de carteras
realizado por Markowitz, al que luego siguieron otros estudios, entre los que
cabría destacar el «modelo de mercado» de Sharpe.
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